XI DOLOR Y GLORIA
Se repite la historia.
Me lanzo ambiciosamente a un nuevo trabajo.
Un nuevo reto. Mayor que los anteriores.
Me voy al culo del mundo para hacerlo.
Dejo mi casa. Mi pareja en ella. Y allá que voy.
Comienzo el trabajo y a vivir en mi nueva ubicación. No me gusta para nada. Pero yo ahí que sigo.
Sin haber sido nunca directora, ni haber trabajado con ancianos. Zas! Me planto de directora de una residencia de la tercera edad en pueblo a 1300 m sobre el nivel del mar.
La covid 19, mi inexperiencia, la alta exigencia que recibía por parte de mi empresa, aguantar los rumores que se generaban en aquella residencia sobre mi. Cada movimiento, cada cosa que hacía era observada y criticada. Estamos hablando de una residencia en un pueblo de 2000 habitantes aislados de toda civilizacion.
Su pasatiempo y lo más grande que tenían era la residencia. Y yo estaba ahí: sin comerlo ni beberlo.
Amante de mi anonimato en la ciudad y de mi independencia. Me encontré acorralada por todo tipo de rumores.
Llegué a ese trabajo sin saber nada. Y en dos meses conseguí cosas que en los dos últimos años no se habían hecho.
Mejoré la calidad de la residencia.
Pero eso daba igual.
No importaba tanto lo bien que lo hiciera, era más importante aparentar y hacer la pelota a trabajadores y compañeros.
Me equivoqué. No esperaban mi que lo hiciera lo mejor posible a nivel técnico.
Querían alguien que trabajase sin más y camelara a todo el mundo. Mis jefas necesitaban de mis alagos. Que sintiera el orgullo de trabajar para ellas en el pecho.
Trabajé más horas que un reloj, aguanté carros y carretas, mejoré las condiciones de los trabajadores y de los ancianos... Y no sirvió para nada.
Tonta de mi pensé que valorarían esos esfuerzos, esas mejoras laborales...
No, ellos solo querían a alguien que les hiciera sentir especiales, imprescindibles...
Y yo no sé lo di: ni a mis jefas ni a los empleados.
En estos momentos me cabreo, porque en poco tiempo se me ha repetido las historias varias veces.
Me siento imbécil.
Es como si no supiera leer entre líneas.
Os juro que es frustrante.
Pero la vida no se acaba aquí, seguiré aprendiendo y sobre todo seguiré aprendiendo a cuidarme cada día más.
A quererme tal como soy. Con mis defectos y virtudes.
La Tía Que No Se Calla
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